
El día había llegado, volvía a casa.
Esa mañana tocó madrugar. A las 6:17, hora local, sonó el despertador. Era un hombre de manías como esa, su despertador nunca sonaba a horas tradicionales. Jamás sonaría a y media o a en punto.
Se levantó con demasiado sueño para darse cuenta de que empezaba a amanecer, lo cierto es que amanecía bien pronto y era un auténtico espectáculo de la naturaleza. Pero claro, tienes que estar despierto para verlo.
Por un momento no había caído en que era el día de su regreso. Por un momento creyó que le esperaba otra tediosa jornada de oficina.
Hasta que su dedo meñique del pie derecho decidió toparse bruscamente con una de las ruedas de su maleta ya preparada.
Maldijo bien alto hasta que se fijó con qué había chocado, entonces el día le llegó de golpe y una mezcla de sensaciones le invadió por completo. Sintió alegría, tanta que se desbordaba, sintió nervios, tantos que su estómago protestó alto, y sintió... Sintió ¿miedo? Miedo... Volver a casa después de tanto tiempo también le asustaba.
Aun pensando en todo esto se dirigió al baño, donde, tras mirarse en ese diminuto espejo que tantas veces le devolvió su cansado rostro y que ahora le mostraba su cansado rostro, sí, pero con una pequeña sonrisa a medio formar, se metió en la ducha para terminar de quitarse el sueño de encima.
Apenas había pegado ojo y el agua aún no caliente del todo le ayudó a despejarse.
Intentó desayunar algo, pero su estómago le amenazó con echarlo todo como se acercase un poco más ese donut a la boca. Así que pasó a vestirse directamente. Una camiseta algo arrugada y unos vaqueros servirían.